Multiplicidad de mundos y unidad del lenguaje
Luis
Román Rabanaque
CONICET/
Universidad Católica Argentina
Introducción
En
la primera parte de Verdad y método, Gadamer
recurre a la noción de juego con el fin de mostrar un ámbito originario
en la
esfera del arte que, en contraste con la conciencia estética de cuño
kantiano,
abre una dimensión de verdad que puede describirse como un incremento
de ser.
En la segunda parte muestra, frente a la metodología de las ciencias
históricas
o del espíritu, un ámbito originario referido al carácter esencialmente
histórico de la comprensión, sometida a la eficacia de la historia en
una
relación circular de distanciamiento y apropiación de la tradición. En
la
tercera parte, finalmente, y esta vez en contraposición con la tesis
que
diferencia la experiencia y el lenguaje, afirma el carácter
universalmente
lingüístico de la experiencia hermenéutica, condensada en la afirmación
según
la cual “el ser que puede ser comprendido es lenguaje”. De este modo,
el arte,
la historia y el lenguaje remiten a una comprensión originaria que se juega con anterioridad a toda
conciencia metodológica que pretenda adoptar el papel de sujeto del
juego. Si
la obra de arte se juega en su reproducción y no tiene un “ser en sí”
independientemente de ella, si la comprensión histórica se juega en la
tensión
dinámica entre el distanciamiento en el tiempo y la apropiación, que
tiene el
carácter de una fusión de horizontes más bien que de una asimilación
por parte
del intérprete, o bien de un traslado a la situación del autor
histórico, la
lingüisticidad o idiomaticidad (Sprachlichkeit)
es el espacio de juego que vincula todas estas instancias según la
lógica de la
pregunta y la respuesta. De ahí la afirmación según la cual el lenguaje
está en
el “medio” (Mitte) entre la
comprensión de los hablantes y el acuerdo en torno a la cosa, y es el
“medio” (Medium) de toda experiencia hermenéutica
(GW I, 387).
La universalidad de esta lingüisticidad se advierte en el hecho de que
no sólo es
inherente a la comprensión en acto, sino igualmente a la comprensión en
potencia, razón por la cual incluso las argumentaciones que pretendan
esgrimirse en su contra poseen un carácter lingüístico y revelan, así,
la
excedencia propia del decir. De acuerdo con Gadamer, ello muestra la
estrecha relación
que guarda el lenguaje con la razón misma, puesto que se trata del
lenguaje de
la razón y ambos “marchan al mismo paso” (GW I, 405). Si, como asevera
Platón, el
pensamiento es el diálogo del alma consigo misma, la lingüisticidad es
ya una
nota esencial del pensamiento mismo.
Ahora bien, detrás de esta peculiar unidad entre lenguaje
y
pensamiento, que es íntima (GW I, 406) mas no es una fusión completa,
asoma el
antiguo problema de la traducción entre
las lenguas. Si el acceso al mundo tiene lugar en el medio de un
lenguaje
histórico, la diversidad de lenguas propone un doble desafío: en el
plano del
lenguaje, el problema de la traducibilidad
de las lenguas entre sí; en el plano de la experiencia, el problema de
la unicidad del mundo frente a la multiplicidad
diversa de articulaciones
comprensoras. Me parece que esta cuestión gana claridad si se la
vincula con la
conocida relación estructural que establece Aristóteles entre la voz (phonè), las afecciones (pathêmata) del
alma y las cosas (prâgmata), en virtud de la cual la
palabra hablada es símbolo del pensar, que, por su parte, guarda una
relación
de semejanza (homoiómata) con las
cosas (Perì hermeneias, 16 a 3 ss.).
Aristóteles advierte la diversidad fáctica de las lenguas, mas, guiado
por el
interés “lógico”, o sea, por la fijación de un lenguaje enderezado a la
búsqueda de la verdad, sostiene que el pensamiento y, correlativamente,
las
cosas, son los mismos para todos, razón por la cual el fenómeno de la multiplicidad de lenguas cae fuera de su
enfoque, puesto que se trata de un rasgo accidental inherente a la
convencionalidad de los signos que sustituyen simbólicamente a los pensamientos. A su vez, la tesis
de la unicidad del pensamiento y de
la cosa, base de la idea de la adaequatio
rei ad intellectus, se asocia con el hecho de que, para
Aristóteles, el
término ontológicamente primero de los tres que constituyen el
triángulo es la
realidad o los prâgmata. Las
cosas del mundo tienen su “forma” y dicha forma puede ser asimilada por
el
pensamiento y simbolizada de diversas maneras. De ahí que la traducción
no se
presente como problema. Por su parte, en la Modernidad cartesiana, el
“peso”
ontológico del triángulo se desplaza al pensamiento, con lo cual se
estrecha su
conexión con el lenguaje a la vez que se distancia de la realidad, de
la cual
no es ya forma asimilada sino re-presentación. Con este distanciamiento
se
vinculan tanto la idea de Leibniz acerca de una armonía preestablecida
entre
las mónadas, como la concepción de
v. Humboldt de las lenguas como visiones del mundo. La tesis de
Gadamer, por su
parte, puede situarse en un tercer momento histórico donde el peso cae
sobre el
lenguaje en su condición de centro o medio de la apertura al mundo. La
diversidad de las lenguas plantea entonces un problema que no puede
resolverse
ni apelando a la homogeneidad de las cosas del mundo ni a la
homogeneidad del
pensamiento. Expresada en los términos de Heidegger, en efecto, la
unidad
íntima entre habla y pensamiento, o entre lenguaje y comprensión, que
refiere
Gadamer, tiene lugar en la tensión entre el proyectar interpretante y
la
facticidad del estar-arrojado en el mundo, y eso quiere decir que está
sometida
a la eficacia de la historia (Wirkungsgeschichte).
Con ello parece surgir la amenaza de un relativismo
lingüístico, pues las posibilidades de articulación comprensora se
encontrarían, en tal caso, esencialmente pre-determinadas por la
facticidad del
previo lingüístico (Vor-griff) de un
modo tal que cada lengua constituiría, en última instancia, “su” propio
mundo,
inconmensurable con los “otros” mundos lingüísticos.
Como se recordará, este problema no había quedado
planteado
en Ser y tiempo, donde prevalece un
sentido práctico de la comprensión.
Heidegger lo señala con posterioridad, en referencia a la expresión
“casa del
ser” acuñada en la Carta sobre el
humanismo. En la famosa conversación con el visitante japonés pone
en
cuestión la traducibilidad en principio de una lengua a otra, es decir,
la
posibilidad de morar en otra casa del ser distinta de la
propia.
Aun cuando la ocasión para este reparo es una discusión sobre el empleo
de las
categorías de la estética occidental para comprender la obra de arte
extremo-oriental, es claro que tiene un alcance general y plantea con
ello un
vasto problema hermenéutico. Gadamer es claramente consciente de él y
lo
formula con toda claridad en Verdad y
método: “¿Cómo iba a ser posible llegar simplemente a comprender
una
tradición extraña si estamos tan atados a la lengua que hablamos?” (GW
I, 482).
En su respuesta a esta cuestión, rechaza, por un lado, la tesis de la
inconmensurabilidad o intraducibilidad de las lenguas, mas, por el
otro, objeta
igualmente una fundamentación de la traducibilidad que apele ya sea a
la
hipótesis retrospectiva de una lengua originaria, siguiendo el modelo
bíblico
de la Torre de Babel, ya sea a la idea prospectiva de una lengua
racional
unívoca, idea inspirada por Descartes y Leibniz, y que el positivismo
lógico reivindicó
en la primera mitad del siglo XX. La argumentación de Gadamer se apoya
más bien
en Humboldt y su concepción de las lenguas como visiones del mundo (Weltansichten), a la vez que halla su
complemento crítico en la analogía que advierte con la descripción
husserliana
de la cosa de percepción que se da en escorzos o perspectivas, cada una
de las
cuales presenta la cosa desde un aspecto determinado a la vez que
ninguna la
agota. Ambas remisiones, a Humboldt y a Husserl, se sostienen a su vez
sobre la
base o el fondo del acuerdo en torno a la
cosa de la que se trata en cada caso.
Recurriendo a nociones husserlianas que complementan las
meditaciones de Gadamer puede mostrarse: 1) la remisión del lenguaje a
la
experiencia antepredicativa sobre la base de los invariantes de toda
experiencia, lo que evita el recurso a la lengua adámica o a un a priori hipotético de identidad del
pensamiento para todos los pueblos y épocas; 2) la determinación de las
categorías elementales de la significación lingüística en una gramática
pura
que permite prescindir de, a la vez que fundamentar, todo ensayo de
lengua
formal artificial. La primera remisión implica la unicidad del mundo en
tanto
horizonte de todos los horizontes de experiencia, lo que, a la vez, no
suprime
la esencial diversidad de mundos de la vida y, correlativamente, la
segunda
refiere la unidad esencial del lenguaje en un nivel que no es el de la
gramática supra- o subyacente, sino el de las condiciones de
posibilidad de
toda gramática, esto es, la gramática “pura” esbozada en la IV. Investigación lógica. En lo que sigue
nos proponemos delinear la primera de estas remisiones retrospectivas.
1. Comprensión e intencionalidad
Heidegger
ha señalado que el habla (Rede) es la
articulación de la comprensión, esto es, el desarrollo o despliegue de
los
horizontes implicados en la comprensión de lo comprendido (SZ, §
34).
Al mismo tiempo, tanto Heidegger como Gadamer contrastan el habla como
discurso
(Rede) que explicita o interpreta (auslegt)
la comprensión originariamente,
con el enunciado en tanto modo derivado donde se opera una objetivación
y
fijación de lo dicho discursivamente (SZ, § 33). Entre ambos, discurso
y
enunciado, media una diferencia de actitudes o modos de ver y,
correlativamente, de modos de ser: en tanto la circunspección o
ver-en-torno
abre la significación de los entes a la mano (Zuhandenes)
sobre el trasfondo del todo de significatividad del
mundo práctico, el enunciado efectúa una restricción que desgaja el
sentido
práctico y lo considera en una pura mirada teorética, Vorhandenes,
en abstracción de su inserción en todos prácticos de
significación. Anterior al significado depositado en el lenguaje es el
significado como terminus ad quem del
ver práctico en tanto proyección sobre la base de la estructura del
“previo” (“Vor”-Struktur): Vorhabe, Vorsicht, Vorgriff:
una experiencia muda sedimentada, el punto de vista inherente a la
perspectiva
de un sujeto que es primera persona, y la lengua como estructura
viviente de
posibilidades de despliegue y restricciones a la articulabilidad (SZ, §
32,
150-151). Este carácter fundado o derivado del lenguaje con respecto a
la
experiencia antepredicativa (SZ, 149) remite a una tesis fenomenológica
central. Husserl ha diferenciado el significado, propio del lenguaje,
del
sentido que es inherente a todo acto intencional; ha señalado que el
sentido se
genera en la experiencia y que el significado expresa dicho sentido
elevándolo
al orden del concepto.
Hay entre ellos una relación a la vez de comunidad y de tensión. En
virtud de
la estructura de intención vacía e impleción, la relación de fundación
entre
ambos estratos ha de entenderse en sentido tanto arqueológico, pues el
lenguaje
remite genéticamente a la experiencia muda, como teleológico, dado que
el
lenguaje tiende, en tanto intención vacía, a la impleción en la
experiencia, es
decir, a la donación en carne y hueso de lo intencionado en él. Por su
parte,
Heidegger refiere una situación análoga cuando señala que a las
significaciones
que articula la comprensión “les brotan palabras” (SZ, § 34, 161). Se
vislumbra
así que las dimensiones de la apertura del Dasein
reveladas por el análisis hermenéutico pueden vincularse a una
estructuración
que obra como su infraestructura intencional. En efecto, en el
horizonte del
“ver” (Sicht) comprensor que abre
mundo está presupuesto o implicado un subestrato en el que se
constituye
–en términos husserlianos– la “materia” del ver con su tesis
correspondiente. Dicho subestrato no debe ser asimilado a una
construcción
teórica propia del inspeccionar (Hinsicht)
científico. La crítica del sensualismo contenida en la indicación
heideggeriana
de que no oímos puros sonidos sino el chirriar de las ruedas del carro,
etc.
(SZ, 163), es análoga a la formulada por Husserl cuando señala que las
sensaciones son vividas en tanto que los objetos son percibidos (Hua
XIX/1, 399; cf. 80; Hua X, 6-7).
El poder-oír que fundamenta el escuchar comprensor en su carácter de
comprender-como (als) se funda en una
organización muda de la experiencia que, como Husserl ha señalado
reiteradamente en sus últimos años, es originariamente pasiva y se
vincula a
las síntesis estéticas y cinestésicas mediante las cuales es posible en
general
tener experiencia de cosas. Comoquiera que el oyente interprete aquello
que
escucha, el interpretar mismo es un comportamiento del Dasein
fundado en su experiencia orientada en torno a su cuerpo
propio. El ver comprensor que abre mundo descubre a los entes
intramundanos en
cuanto sentidos dentro de un todo o contexto de remisiones. Se podría
decir que
el análisis husserliano de la percepción y del lenguaje ilumina esta
caracterización en la medida que pregunta retrospectivamente por la
constitución de los horizontes implicados en la apertura al mundo. Una
circunstancia que oscurece esta conexión radica en el hecho de que la
crítica
que, explícita o implícitamente, hace Heidegger en esta sección de Ser y Tiempo a los análisis
intencionales husserlianos apunta ante todo a la fenomenología estática
de las Investigaciones lógicas y las Ideas.
Pero la fenomenología genética,
que desemboca en las investigaciones tardías sobre el mundo de la vida,
proporciona una perspectiva de la intencionalidad más amplia a la vez
que más
concreta, precisamente porque pregunta por la génesis de las
estructuras
intencionales esbozadas por el análisis estático e introduce, en el
plano
trascendental, la cuestión de la historicidad de la experiencia. Esto
quiere
decir que, si es posible complementar el análisis husserliano de la
percepción
con el análisis heideggeriano del comprender discursivo anímicamente
templado,
el análisis de la apertura ha de poder vincularse con la pregunta
retrospectiva
por su génesis en el presente viviente.
Por esta razón, la triple estructuración del “previo”, sobre cuya base
el
comprender proyecta sentido como su Woraufhin,
puede ser interrogada retrospectivamente en relación con la pasividad
secundaria de la habitualidad y la correlativa sedimentación de
sentidos de
experiencia. Esta génesis habitual de la experiencia está presupuesta
en la
caracterización de la historicidad del Dasein.
Por su parte, el carácter fundante de la experiencia antepredicativa
remite
asimismo al carácter corporal de la comprensión originaria en virtud de
que el
yo está vuelto hacia al mundo mediante su cuerpo propio; así el
“lenguaje” de
los gestos y posturas corporales puede incluso preceder en el orden de
la
fundación al lenguaje articulado en palabras, cuestión que Gadamer no
ignora
pero que, siguiendo a Heidegger, no tematiza. Este esbozo quiere
sugerir que la
lingüisticidad en tanto centro de la experiencia hermenéutica es
susceptible de
ser repensada a la luz de su genealogía fenomenológica.
Tomaremos en lo que sigue, a modo de hilo conductor, la
caracterización que Gadamer efectúa de la traducción. La traducción es
un
fenómeno central para el problema de la diversidad de mundos y la
unidad del
lenguaje: ¿en dónde radica la esencial traducibilidad de las lenguas,
es decir,
la esencial comunicabilidad entre los mundos de la vida?
2. El fenómeno de la traducción
En
el planteo de Verdad y método, el
fenómeno de la traducción adquiere
una importancia central por varias razones. En primer lugar, la
historia misma
del término “hermenéutica” remite a la tarea del traductor oral que
debe
interpretar y comunicar algo incomprensible porque está dicho en una
lengua
extraña (GW 2, 419). Además, en segundo lugar, la traducción torna
consciente
la lingüisticidad como medio de la comprensión porque en ella el medio
requiere
ser producido artificialmente a través de una mediación expresa (GW 1,
388), es
decir, requiere de un cierto tipo de reflexión sobre el lenguaje que lo
pone de
manifiesto en cuanto tal. Gadamer introduce su discusión en el tránsito
de la
conciencia histórica al estudio del lenguaje, y diferencia el caso de
la
traducción oral (Dolmetsch) en el
ámbito del diálogo viviente, de la traducción de textos escritos (Überseztung). En el primer caso, el
traductor tiene que trasladar (hinübertragen)
el sentido a comprender al contexto en el que vive el interlocutor (GW
1, 387).
Por ello la traducción no es un reflejo simple sino siempre una
interpretación
del texto vertido (GW 1, 388). Allí donde se requiere de traducción,
debe
tenerse en cuenta la distancia entre el espíritu del original y el de
su
recreación (ibid.). Por su parte, la traducción de textos escritos es
una reconstrucción
(Nachbildung) en la nueva lengua que
produce una cierta “sobreiluminación” (Überhellung)
del texto (GW 1, 389). Con ello Gadamer alude al hecho de que la
trans-posición
(versezten) de sentido que efectúa la
traducción de una lengua a otra no es un reemplazo (ersetzen)
del original, puesto que toda traducción es una suerte de
proyección plana, donde la relativa fidelidad al relieve de superficie
oculta
la ausencia del plano de profundidad (GW 2, 153). Por eso, en el
conocido motto “traduttore tradittore”
se expresa un problema fundamental: el
traductor traslada el horizonte de experiencia que encuentra en el
texto
extraño, pero al mismo tiempo experimenta una dificultad esencial como
intérprete: debe atravesar una distancia y la travesía está llena de
peripecias. Es trans-ductor porque
continúa o profundiza una traditio,
una herencia de sentido, y tradittore
porque irremediablemente ‘traiciona’ a su fuente original y al lector.
Para que
el tránsito pueda llegar a buen término, para que se alcance un
compromiso
entre el excedente de extrañeza del original y la platitud familiar de
su
intrusión en otra lengua, es preciso que se den dos condiciones: por
una parte,
la distancia con respecto al texto, el hecho de que el texto pueda
devenir
interrogante para el traductor, lo que conlleva una cierta suspensión
de los
prejuicios propios (GW 1, 304); por la otra, la fusión de horizontes
requiere
la traducibilidad, que a su vez requiere que dicha distancia temporal
esté
mediada por una tradición que haga posible vincular el horizonte
extraño del
texto con el horizonte familiar del intérprete. Las lenguas
indescifradas son
aquellas con las que no conservamos ningún vínculo temporal, ya sea en
virtud
de una continuidad con nuestro presente o gracias a una reactivación de
su
sentido. Ello ocurre porque están fuera de la tradición que obra sobre
nosotros, de manera que desafían, por así decirlo, a la lógica de la
pregunta y
la respuesta. Pero incluso aquellas que permiten la traslación, lo
hacen en el
marco de una tensión irrebasable entre la comprensión y el lenguaje. La
sobreiluminación pone más agudamente de manifiesto la oscuridad de
fondo, la
extrañeza de la alteridad.
En escritos posteriores a Verdad y método,
Gadamer ha señalado que la traducción oficia de “puente” entre dos
orillas de
un mismo territorio (GW 8, 284-285). Aprovecha con ello la idea,
encerrada en
la palabra alemana Über-setzung, así
como también en la trans-ductio que
subyace a la castellana traducción
(cf. inglés trans-lation) de una
trans-posición en el sentido del tránsito de un lugar a otro. Y la idea
que el
“puente” se tiende entre dos riberas de un
mismo territorio apunta, expresado metafóricamente, a la idea de
una
comunidad primaria por así decirlo previa al puente. Volveremos sobre
ello en
la sección 4.
3. Tradición, distancia en el tiempo y
fusión de horizontes
De
la misma manera que el habla en la conversación viviente, la traducción
es
siempre una unidad indisoluble de anticipación
implícita que capta previamente el sentido del todo a interpretar,
y de fijación explícita de lo captado
previamente (GW 2, 205). Este movimiento hermenéutico, cuya estructura
formal
remite a la unidad de intención vacía e impleción, se determina a
partir de la
comunidad (Gemeinsamkeit) que vincula
al intérprete con la tradición (GW 1,
298). La tradición se asocia con los prejuicios
que sustentan la anticipación de sentido, a la vez que la comunidad
hace
posible el momento de pertenencia (Zugehörigkeit)
a dicha tradición en una tensión polar entre la familiaridad y la
extrañeza (GW
1, 300). La pertenencia a una tradición, afirma Gadamer, se expresa en
la
conciencia de la situación
hermenéutica del intérprete, es decir, del lugar o punto de vista que
limita
sus posibilidades de ver a la vez que abre un horizonte en el cual se
encuentran el horizonte en el que vive y el horizonte histórico que se
gesta en
el traslado (GW 1, 307-309). Se trata de la fusión de horizontes, en
virtud de
la cual el horizonte del presente es inseparable del pasado (GW 1,
311). Ahora
bien, la fusión de horizontes parece describir un caso límite, el caso
en el
que los horizontes que despliega el texto o el habla extraños entran en
una
unidad de síntesis con los prejuicios a partir de los cuales se pone en
marcha
el proceso comprensor del intérprete. Fuera del caso límite de fusión
perfecta
lo que parece acontecer es una fusión que podríamos llamar parcial, y
que
incluye zonas disyuntas y áreas de conflicto; esto ocurre no solamente
por la
inadecuación inherente al lenguaje –descrita por Husserl en las Ideas I— que impide un
recubrimiento completo de las capas intencionales que expresa, sino
fundamentalmente porque la fusión de horizontes es la apropiación de un
horizonte extraño que transfigura los horizontes propios. Por eso la
apropiación
de sentidos extraños implica siempre una re-apropiación de los propios
horizontes, que Gadamer vincula con la cuestión hermenéutica de la aplicación. Desde la perspectiva de la
fenomenología husserliana, esta estructura puede describirse en
términos de la
relación entre la pre-scripción (Vorzeichnung)
y la in-scripción (Einzeichnung) de
los horizontes inherentes a la percepción, es decir, como el paso de un
horizonte indeterminado a su determinación progresiva (Näherbestimmung)
que a la vez abre nuevos horizontes y profundiza
los ya abiertos (Hua XI, 8-9). Esta caracterización formal se despliega
bajo la
condición de la temporalidad en un proceso de institución de sentido y
de
sedimentación en el lenguaje con sus posibilidades de reactivación y
transformación.
La “fusión” de los horizontes depende, entonces, de la posibilidad de
reactivar
o evocar contextos; esta posibilidad se vincula, desde luego, con el
presupuesto técnico de la interpretación que es el dominio de la lengua
(sintaxis, morfología, léxico), es decir, la comprensión de los signos qua signos, mas, a la vez, depende del
armazón mismo de sentidos sedimentados, de su transmisión en una
tradición que
mantiene vivos los horizontes del contexto al obrar históricamente o
proyectarse sobre el presente del intérprete. Por eso es posible
comprender
incluso una lengua cuya transmisión ha sido débil o indirecta y con la
cual no
hay una relación inmediata de preservación tradicional, como ha
ocurrido con el
egipcio de los tiempos faraónicos mediado por los griegos. Y por su
intermedio
se pueden re-construir los mundos de la vida correlativos. Se trata de
un
proceso precisamente de re-construcción, porque las construcciones
correspondientes han sido erosionadas por el tiempo y, por así decirlo,
nos
encontramos meramente con ruinas. Sin embargo, de la misma manera que
no oímos
puros ruidos sino sonidos reconocibles, como el chirriar de las ruedas
de un
carro, tampoco tenemos meros trazos de un pasado inefable, sino signos
de un
lenguaje que podemos descifrar. Gadamer subraya así la dimensión del
distanciamiento temporal: reconocemos a la vez que se trata de un
lenguaje
humano, traducible en principio, por consecuencia, y de un lenguaje
extraño, de
un “otro” que se anuncia mediante esos signos que nunca son puramente
garabatos
en un papel, un papiro o una piedra. Al contrario que en el mundo
circundante
de la vida cotidiana, la familiaridad en la traducción no está en el
comienzo
sino en el final, como la verdad en el proceso dialéctico hegeliano.
Ahora bien,
esa verdad, entendida como un des-ocultamiento, esto es, como un
des-velamiento
de horizontes implicados, no equivale entonces a la recreación de la mens auctoris, ni tampoco aspira a una
subsunción perfecta bajo las categorías propias del intérprete. Aquí se
advierte el papel relevante del juego como principio explicativo del
círculo
hermenéutico: lo que Gadamer describe como fusión de horizontes se
corresponde
con el espacio de juego, con el “ámbito” en el que se juega el juego,
que abre
el juego mismo, en este caso, el juego entre el texto extraño y el
traductor
como intérprete. Gadamer tiene en cuenta, por cierto, que se trata en
realidad
de un cuasi-juego, puesto que texto e intérprete no se encuentran en
una
relación de diálogo propiamente dicho sino de cuasi-diálogo, según la
prevención de Sócrates contra la escritura en el Fedro
(275 d).
En suma, la fusión de horizontes: 1. tiene la estructura
intencional de la anticipación vacía que se impleciona en el curso de
la
experiencia comprensora; 2. implica una apropiación de los horizontes
propuestos por el texto que no sólo depende de los procesos de
sedimentación y
reactivación de sentido, sino que incluye, en mi opinión, el fenómeno
que
Husserl tiene en vista cuando señala que el mundo de la ciencia afluye (Einströmen) en el mundo de la vida (Hua
VI, 213), esto es, que la apropiación no significa una suerte de
expansión
“cuantitativa” por absorción de los horizontes extraños, sino que
aquello que
es apropiado obra también sobre los horizontes totales de experiencia
del
intérprete. Este in-fluir o ad-fluir que se inserta en los horizontes
re-fluyendo sobre ellos apunta a la estructura formal de la Wirkungsgeschichte,
de la pertenencia
del intérprete a la tradición de donde emerge lo interpretado en cuanto
tal.
Comprendemos lo extraño sobre la base de lo familiar y ya conocido, mas
la
extrañeza que se comprende no se asimila a lo conocido como los
nutrientes a la
planta, sino del misterioso modo que describe Aristóteles cuando afirma
que al
conocer el alma es de alguna manera todas las cosas (he
psychè tà ónta pôs esti pánta) (De anima, 431 b 21).
4. El acuerdo en torno a la cosa y los
escorzos lingüísticos
A
propósito del problema de la traducción, Gadamer enfatiza una tesis
central que
obra también en otros contextos: el traductor hace posible el acuerdo (Verständigung) en la medida en que
participa de la cosa de la que se
trata (GW 1, 391). La vinculación entre el original y la versión en
otra lengua
está dada por la orientación hacia aquello que el texto dice,
es decir, por la dirección al sentido transmitido. Esto se
muestra con máxima claridad en la escritura, en la cual, como señala el
autor,
el lenguaje adquiere su verdadera espiritualidad. Gracias a la
idealidad de la
palabra, la tradición escrita trasciende el momento de su donación
originaria y
se eleva a la esfera del puro sentido (GW 1, 394). Los sentidos así
transmitidos se despojan, por así decirlo, de su circunstancia
inmediata, se
constituyen en “habla extrañada”. Por ello es que la palabra puede
devenir
signo. Este movimiento de ascenso se complementa con el movimiento
descendiente
de la reconversión de los signos en habla y sentido (GW 1, 397).
Husserl ha
advertido, paralelamente, que la escritura es la sedimentación
histórica del
lenguaje más allá de la subjetividad individual y de la constitución
del mundo
de la vida presente (Hua VI, 371-372).
Ahora bien, el “acuerdo en torno de la cosa misma”
suscita
algunas reflexiones. Retomando una vieja disputa, Gadamer indica que la
fusión
de horizontes que posibilita la comprensión de un texto devenido ajeno
y
mediado por la tradición se produce a condición de que el intérprete
abandone
el ideal de ponerse en el lugar del autor, de re-crear al creador y, en
consecuencia, a condición de ponerse de acuerdo en torno a la “cosa
misma” de
la que habla el texto. No se trata, como en Schleiermacher o en el
primer
esbozo sistemático de Dilthey de 1883, de comprender al autor mejor de
lo que
él mismo se comprendía, practicando una hermenéutica psicológica, así
como
desde luego no se trata –solamente— de someterse a las reglas de la
interpretación filológica, gramatical. Comprender es siempre comprender
de otra
manera. El acuerdo del que depende la fusión de los horizontes es un
acuerdo
que dentro del lenguaje trasciende el
lenguaje. Esta idea se
puede clarificar si se la remite a la distinción trazada por Heidegger
en Ser y Tiempo entre aquello acerca de lo
cual se habla (das Beredete) y lo que
se dice en cuanto tal de aquello de lo que se habla (das
Geredete als solches) (SZ, 162), distinción que retoma a su vez
la diferenciación desarrollada por Husserl bajo los títulos de “objeto
que es
intencionado” y “objeto tal como es intencionado” (Hua XIX/1, 414), y
también
objeto y sentido noemático (Hua III/1, 297 y
passim).
El
objeto aparece únicamente en la multiplicidad de sentidos, y éstos
indican las
maneras como se presenta aquél. Su “ser en sí” brota de
y en la fluencia de
sentidos. Vinculando la cuestión una vez más con la noción de juego
explicitada
en la primera parte de Verdad y método,
podemos decir que en la situación hermenéutica originaria, el diálogo
viviente –del
cual la interpretación de textos y, por ende, la traducción, son
estructuras
análogas—, el sentido no existe previamente al diálogo ni es
“construido”
por los hablantes. “Se” instituye en el
diálogo mismo, así como el juego “se” juega, se instituye en el espacio
abierto
entre los jugadores. En el juego del lenguaje, que remite a la lógica
de la
pregunta y la respuesta, la cosa de la que se habla se instaura
mediante la
fusión de los horizontes del previo de sentido aportados por el
intérprete, y
los que éste proyecta sobre el texto como su con-texto. Esta
instauración de la
cosa la hace presente siempre desde una perspectiva, ella se da en un
escorzo,
que intencionalmente implica una multiplicidad abierta de otros
escorzos como
posibles experiencias de lo mismo.
Por ello advierte Gadamer que, en la medida en que la
lingüisticidad de la comprensión es “la concreción de la conciencia
histórico-efectual” y que, recíprocamente, la esencia de la tradición
está
caracterizada por la lingüisticidad (GW 1, 393), la cosa en torno a la
cual
acontece el acuerdo está determinada, en cada situación, por el aspecto (Aspekt) en el que se muestra (GW
1, 289). Gadamer se apropia
hermenéuticamente de esta noción fenomenológica y la enlaza con la
concepción
de Humboldt acerca de las lenguas como maneras de ver el mundo. Así
puede
comparar las lenguas, en tanto visiones del mundo (Weltansichten)
donde cada una contiene potencialmente a las demás,
con los escorzos múltiples de la percepción en los que se da el objeto
uno. Se
trata así de “escorzos lingüísticos” en virtud de los cuales “en cada
visión
del mundo es mentado el ser en sí del mundo” (GW 1, 451). Y asocia esta
cuestión,
como Humboldt, con la de libertad: el hombre no sólo tiene entorno,
como el
animal, sino que se eleva sobre el entorno. La libertad no se
contrapone al
constreñimiento por el lenguaje, sino que es porque el hombre tiene
lenguaje
que es libre frente al entorno (umweltfrei).
La libertad funda entonces la conducta lingüística libre del hombre y
con ello
la diversidad de lenguas (GW 1, 448).
5. Traducibilidad
El
tránsito del caso particular de la traducción de una lengua a otra al
problema
general de la comprensión de lenguas extrañas nos lleva al centro de la
discusión. La posibilidad de la traducción se conecta tanto con el
acuerdo en
torno a la cosa como con la tradición que sostiene dicho acuerdo. Que
las
diversas lenguas, en tanto multiplicidades en escorzo del decir obren
la misma
unidad de pensar y hablar (GW 1, 406), y que la multiplicidad de
visiones del
mundo no signifique una “relativización del ‘mundo’” (GW 1, 451), son
indicios
del hecho de que el acuerdo en torno a la cosa ha de remitir a un fondo
común,
a lo que podríamos llamar la condición última de traducibilidad. A
diferencia
de la concepción aristotélica, como señalamos al comienzo, dicha
condición no
equivale a que la “cosa” trasmitida sea de naturaleza eterna; Gadamer
insiste
en que “cada apropiación de la tradición es históricamente
distinta...[C]ada
una es más bien la experiencia de un ‘aspecto’ (‘Ansicht’)
de la cosa misma” (GW 1, 476-77).
La fenomenología husserliana tardía se ha referido a esta
condición, desde el punto de vista noemático, como el horizonte
universal del mundo uno en contraste con la
multiplicidad de visiones del mundo o mundos de la vida
subjetivo-relativos. Y,
desde el punto de vista noético, como la experiencia
antepredicativa de mundo que, en su dimensión originaria, acontece
de
manera anónima y pasiva en el presente viviente y apunta, en niveles
gradualmente estratificados de trascendencia, a la constitución del
mundo
unitario en y por medio de dichos mundos subjetivo-relativos. Por ello,
si bien
es preciso dar razón a Gadamer cuando insiste en la lingüisticidad de
la
comprensión, hay que advertir a la vez que el medio
del lenguaje se destaca, por así decirlo, del trasfondo
prelingüístico que Husserl ha caracterizado como experiencia muda frente a la expresión inherente al
discurso hablado y sus derivados mediatos en la escritura (Hua I, 77).
Esta
experiencia muda remite, por una parte, a un mundo preconstituido que
el
lenguaje organiza pero cuya materia no crea, y, por otra parte, a una
subjetividad constituyente que opera en un presente viviente ligado a
la
corporalidad e inmerso en un despliegue de horizontes temporales que
remiten al
pasado y al futuro y forman una trama consistente de identidad
habitual, de la
que emerge también la actividad del lógos.
En la apropiación de sentido inherente al encuentro hermenéutico entre
el
historiador y el documento histórico, entre los participantes del
diálogo,
entre el lector y el texto literario, entre el traductor y el texto en
lengua
extraña, hay un movimiento de fusión de sus horizontes presupuestos que
ahora
puede describirse en términos de instauración, cancelación y
reconfiguración de
estratos de sentido. Gadamer, por su parte, alude indirectamente a esta
estratificación cuando señala que la fusión de horizontes tiene como
resultado
la elevación de la conciencia comprensora a una generalidad de grado
superior (cf.
GW 1, 310).
En sus escritos tardíos, Husserl ha descrito la
estratificación de la experiencia de mundo partiendo de la reducción
primordial
(Hua I, 124-136), es decir, de la experiencia centrada en el sujeto
personal
con su curso de conciencia, donde se constituye un primer estrato de
mundo bajo
la forma de mundo primordial natural. En este nivel el yo se vincula
con su
cuerpo propio en tanto órganon, “instrumento”,
de la subjetividad constituyente. El cuerpo propio es el órgano de
sensibilidad
y movimiento porque por su intermedio se constituyen las cosas en tanto
unidades de multiplicidades de aparición, sobre la base de las síntesis
pasivas
de la temporalidad y la asociación, donde los escorzos momentáneos
convergen en
unidades fluyentes de sentido proporcionadas por la actividad
cinestésica.
Allí aparecen ya los otros mediados por su corporalidad, de manera que
en un
segundo nivel tiene lugar la comprensión analógica del otro que Husserl
denomina empatía. En virtud de la empatía, el yo tiene ya experiencia
de una
comunidad y de un mundo común, pero el horizonte de este estrato
alcanza
únicamente a un entorno inmediato (Umgebung).
La posibilidad de constitución de los estratos intersubjetivos
superiores, que
sobre la base de la conexión yo—tú (cf. Hua XV, 472) incluyen las
personalidades de orden superior tales como la familia, la Iglesia, el
Estado,
y los objetos en tanto cosas culturales, dotados por ejemplo de
sentidos
prácticos, valorativos, etc., exige, según Husserl, más allá de la
empatía que
vincula los yoes sobre la base de sus experiencias primordiales
inmediatas, la comunicación como su momento esencial.
Puesto que la comunicación a su vez, como se verá, es de índole
lingüística, se
advierte que el lenguaje cumple un papel fundamental en la constitución
del
mundo familiar y en la referencia a los mundos extraños más allá de su
caracterización estática como recubrimiento de los sentidos mudos. Mas
veamos
primero someramente el problema de la sedimentación de experiencia.
6. La sedimentación de experiencia
La
profundización genética del análisis de la percepción ha mostrado que
la
estructura formal de objeto intencionado y maneras de darse debe ser
complementada
por una pregunta retrospectiva por su génesis, es decir, debe
vincularse con la
constitución de la temporalidad. El sentido de la percepción no es
meramente la
impleción sensible de un significado intencionado de manera vacía, sino
un
entrelazamiento de horizontes en torno a un núcleo de identidad
temporalmente
determinado. Así como el yo como polo vacío de identidad revela una
historia
intencional que lo caracteriza como sustrato de habitualidades, el
objeto en
tanto X vacía muestra una historia sedimentada de sentidos. Su
estructura
formal incluye la institución originaria de sentido, la sedimentación
propiamente dicha en virtud de la retención y la capacidad de evocar el
sentido
así precipitado, reactivándolo.
Husserl señala que “toda evidencia instituye
para mí una posesión duradera” a la cual puedo retornar siempre de
nuevo bajo
la forma de “restauraciones” de aquella evidencia originaria. Se trata
del “yo
puedo siempre de nuevo” (Hua I, 95), que se distingue de la mera
rememoración
porque implica una pervivencia o prolongación de la validez (Hua I,
111), un
seguir participando (weiter Mitmachen)
(Hua IV, 117) de la convicción efectuada en el pasado que se conserva
en la
reactualización.
Noemáticamente, esta situación significa que los sentidos fluyentes
precipitan
en el objeto que se constituye como su sustrato, de manera que la
sedimentación
habitual así generada instituye como correlato un “tipo empírico”, en
virtud
del cual todo nuevo objeto que aparece es reconocible como miembro de
una
cierta clase de objetos ya conocidos (cf. Hua V, 131 ss.; 25
s.).
Al mismo tiempo, el énfasis puesto en la temporalidad inherente a esta
constitución habitual destaca el carácter fluyente o cambiante del
sentido
noemático sedimentado o tipo empírico: “en el percibir se sigue
edificando el
sentido mismo y ... se encuentra en continuo cambio” (Hua XI, 20).
Frente a la
distinción estática entre objeto y sentido se muestra ahora la génesis
del
objeto a partir de una historia intencional de sus sentidos. Si bien no
podemos
desarrollarla aquí, esta caracterización se enlaza con la pregunta,
planteada
en el Apéndice III del tomo VI de Husserliana,
por la historicidad de las idealidades.
7. Esbozo fenomenológico de la relación
entre la communicatio (Mit-teilung) y el mundo familiar
Retomemos
ahora la idea de la estratificación en la constitución intersubjetiva,
a fin de
precisar la caracterización husserliana del lenguaje en su calidad de Mitteilung, communicatio, es decir,
poner-en-común, hacer-común, inscribir en
el sistema de acción y pensamiento de una comunidad. El lenguaje se
presenta
como un momento co-constituyente de la experiencia de mundo, y la
remisión
mutua entre los aspectos lingüísticos y los aspectos perceptivos del
mundo
familiar permite iluminar la dimensión del escorzo lingüístico que ha
presentado Gadamer. La experiencia de mundo, afirma Husserl en un
manuscrito
del año 1931, posee una singular estructura de orientación:
1) para cada sujeto es una experiencia orientada a
partir de sí mismo. En ella el mundo aparece orientado en círculos
graduales
que van del aquí al allí, de la cercanía a la lejanía y del mundo
familiar al
mundo extraño; 2) es también orientada en tanto experiencia comunitaria
(gemeinschaftliche), es decir, en virtud
del modo como se dan para mí los otros en tanto que tienen a su vez
experiencia
(Hua XV, 220). Cada yo concreto posee un mundo circundante próximo que
constituye su entorno inmediato de experiencia o mundo familiar (Heimwelt). Este mundo se da en una
típica que incluye tanto la identidad –una identidad habitual,
histórica,
y no puramente “ideal”– como la diferencia, puesto que el núcleo
idéntico
se da en el cambio de una multiplicidad de maneras de darse. En la Crisis, Husserl señala que el mundo
circundante funciona como el “suelo” general de la vida humana (Hua VI,
158),
un suelo, por otra parte, tan móvil como un “río heraclíteo” (Hua VI,
159;
181), un horizonte viviente (Hua VI, 152). En consonancia con esta
idea, el
conocido manuscrito D 17 (“La Tierra no se mueve”) afirma que el núcleo
de la
experiencia actual opera como “núcleo de experiencia del mundo”; y allí
mismo
agrega que ónticamente (i.e. noemáticamente) por medio de la actualidad
se
muestra un “aspecto” del mundo.
En cada instante de la vida de la conciencia no sólo son intencionados
objetos
o grupos de objetos, sino que, junto con los horizontes internos que
predelinean el transcurso ulterior de cualquier experiencia de ellos,
se abre
un horizonte externo de otras cosas que remiten unas a otras al modo de
una
“red” o entramado. Y esta experiencia se presenta en una gradualidad
que va
desde la cercanía inmediata hasta la lejanía inalcanzable. De ahí
resulta que
en la percepción sensible de un objeto en el primer plano es consciente
al
mismo tiempo el mundo en su totalidad como trasfondo no
temático.
El darse del mundo familiar posee, en suma, un momento de
presente actual momentáneo y un sistema de implicaciones de horizonte,
en cuyo
entramado se constituye el mundo familiar sobre el trasfondo del mundo
uno en
tanto suelo universal. A él pertenecen también los otros próximos (Hua
XV,
221). El mundo familiar es a la vez mi mundo y el mundo de los otros, y
esto
significa, para Husserl, que la experiencia de mundo está mediada (Vermittlung) por los otros, lo cual
remite en última instancia a aquello que obra de medio (Ver-mittlung).
Podría avanzarse más allá y decir que el núcleo
noemático del mundo comunitario se constituye en virtud de una síntesis
de
orden superior de los escorzos noemáticos de las conciencias singulares
que
participan de él. Y es allí donde entra en juego el lenguaje como medio.
En el manuscrito de 1931 que mencionamos más arriba,
Husserl
distingue entre: 1) las expresiones involuntarias de la experiencia del
otro,
que remiten a sus modos de comportamiento corporal, 2) las expresiones
mediatas
de la vida extraña, tales como sus obras, y las comunicaciones
propiamente
lingüísticas. El mundo circundante se amplía en virtud de la
comunicación por
el lenguaje, de modo que éste “siempre toma parte de la edificación del
sentido
de experiencia del mundo” (Hua XV, 220). Y en una afirmación que lo
aproxima a
Gadamer aclara que la comunicación originaria es “interpretación (Auslegung) y expresión lingüística” de
la experiencia propia y del otro (Hua XV, 222). Mediante la
comunicación, que
es literalmente un com-partir (Mit-teilung),
cada participante en ella toma parte (Anteil)
de una experiencia que no tiene originariamente, una experiencia
secundaria:
“experiencia del contenido de experiencia de lo experienciado por el
otro que
tiene experiencia” (ibid.).
Dicha experiencia se torna originaria cuando el otro, comprendiendo lo
comunicado, reactiva (nachvollzieht)
intuitivamente aquella actividad y, correlativamente, lo comunicado
mismo (Hua
XV, 223). Por esta razón, el mundo familiar del hombre está determinado
esencialmente por el lenguaje en tanto horizonte aperceptivo (Hua XV,
224-225).
Su carácter de horizonte acentúa a la vez la mutua pertenencia de
lenguaje y
experiencia intersubjetiva, que atañe al escorzo lingüístico como
escorzo de
mundo, y la potencialidad abierta inherente a su indeterminación, que
concierne
a un vacío que puede ser implecionado por otros escorzos de mundo. Con
ello
hemos retornado al problema del mundo uno como trasfondo de los mundos
dados en
escorzos lingüísticos.
Conclusión
En
suma, pues, la traducibilidad en principio de las múltiples lenguas
remite, a
través de los escorzos de mundo que ellas co-constituyen, a un
trasfondo último
de experiencia común, el mundo uno, que en tanto horizonte de todos los
horizontes sustrae a la unidad gadameriana de lenguaje y pensamiento de
la
amenaza de relativismo en la que parecía quedar atrapada. Cada lengua,
por su
imbricación como horizonte en el horizonte mundovital, participa de las
demás
como posibles impleciones de sentido sobre el trasfondo del mundo uno,
pero en
tanto escorzo co-constituye un mundo de la vida en cada caso individual
y
único. Volviendo a Gadamer, tradición es transmisión –y también
traición.
Mas sólo puede traicionarse sobre un fondo de verdad, y la transmisión
sólo
puede acontecer sobre un fondo de comunidad. La transmisión misma y lo
transmitido acontecen en el mundo. El mundo en cuanto trasfondo de toda
experiencia hermenéutica permanece en razón de sus caracteres
invariantes o, si
se quiere, transculturales. En este sentido, es el hypokeîmenon
del movimiento comunicativo. Husserl ha señalado que
uno de dichos invariantes es la Tierra en cuanto que es el suelo común
de
pertenencia que vincula a todos los hombres y a todas las épocas entre
sí.
Comoquiera que sea interpretado –aufgefasst–
en una época o cultura determinada, esa manera de ver el mundo, ese
escorzo
histórico de mundo se teje sobre el fondo del mundo uno dado en sus
invariantes
y las impleciones correspondientes de esos invariantes. Sobre el fondo
del
mundo uno y en una impleción dada, un mundo de la vida despliega
horizonte,
abre mundo. Toda esta caracterización que hemos presentado se vincula,
desde
luego, con un aspecto del problema,
relativo a la multiplicidad de mundos de la vida y la unidad del
lenguaje que
hace posible la traducción entre sus lenguas. Siempre desde la
perspectiva de
la complementación entre análisis hermenéutico y análisis
fenomenológico, sería
menester examinar con detenimiento la idea de mundo uno, como base del
acuerdo
en torno a la cosa, en al menos otras dos dimensiones centrales: 1) la
del
Cielo como contrapartida de la Tierra, en cuyo entre
habita el hombre, 2) la de la esencial historicidad del
trasfondo de mundo en la que se inscribe la temporalidad de los mundos
particulares. Ello se vincula con el problema que Husserl ha
caracterizado como
relativo a la generatividad. Correlativamente, la idea gadameriana del
centro
del lenguaje y su proximidad con la razón debería examinarse, como
aludimos al
comienzo, en función de la idea de invariantes lingüísticos a la que
apunta la gramática pura de las significaciones en
las Investigaciones lógicas. Pero se
trata de vastos temas que exceden el marco de este trabajo.